Quiere el autor ofrecer una selección personal de sus poemas, no sin antes señalar al lector que los libros-poema Fuente de Médicis y Carta florentina son excesivamente largos para incluirlos aquí enteros, y no tendría sentido fragmentarlos.
Los poemas que se recogen a continuación están agrupados bajo el título de su libro correspondiente.
CAPRICHO EN ARANJUEZ
Raso amarillo a cambio de mi vida.
Los bordados doseles, la nevada
palidez de las sedas. Amarillos
y azules y rosados terciopelos y tules,
y ocultos por las telas recamadas,
plata, jade y sutil marquetería.
Fuera breve vivir. Fuera una sombra
o una fugaz constelación alada.
Geométricos jardines. Aletea
el hondo trasminar de las magnolias.
Difumine el balcón, ocúlteme
la bóveda de umbría enredadera.
Fuera hermoso morir. Inflorescencias
de mármol en la reja encadenada;
perpetua floración en las columnas
y un niño ciego juega con la muerte.
Fresquísimo silencio gorgotea
de las corolas de la balaustrada.
Cielo de plata gris. Frío granito
y un oculto arcaduz iluminado.
Deserten los bruñidos candelabros
entre calientes pétalos y plumas.
Trípodes de caoba, pebeteros
o delgado cristal. Doce relojes
tintinean las horas al unísono.
Juego de piedra y agua. Desenlacen
sus cendales los faunos. En la caja
de fragante peral están brotando
punzantes y argentinas pinceladas.
Músicas en la tarde. Crucería,
polícromo cristal. Dejad, dejadme
en la luz de esta cúpula que riegan
las trasparentes brasas de la tarde.
Poblada soledad, raso amarillo
a cambio de mi vida.
EL EMBARCO PARA CYTEREA
Sicut dii eritis.
Génesis III, 4
Hoy que la triste nave está al partir,
con su espectacular monotonía,
quiero quedarme en la ribera, ver
confluir los colores en un mar de ceniza,
y mientras tenuemente tañe el viento
las jarcias y las crines de los grifos dorados
oír lejanos en la oscuridad
los remos, los fanales, y estar solo.
Muchas veces la vi partir de lejos,
sus bronces y brocados y sus juegos de música:
el brillante clamor
de un ritual de gracias escondidas
y una sabiduría tan vieja como el mundo.
La vi tomar el largo
ligera bajo un dulce cargamento de sueños,
sueños que no envilecen y que el poder rescata
del laberinto de la fantasía,
y las pintadas muecas de las máscaras
un lujo alegre y sabio,
no atributos del miedo y el olvido.
También alguna vez hice el viaje
intentando creer y ser dichoso
y repitiendo al golpe de los remos:
aquí termina el reino de la muerte.
Y no guardo rencor
sino un deseo inhábil que no colman
las acrobacias de la voluntad,
y cierta ingratitud no muy profunda.
JARDÍN INGLÉS
Disposición convencional
y materia vigente, acreditada
prosodia: ilustraciones
que es sabio intercalar tanto en la vida misma
como el discurso del poema. Darles
un ingrediente de ternura.
Y la tristeza
(la sensación de culpa)
de hablar un arte viejo, con vocación escasa
para el triunfo; darles,
como en los dïoramas de las ferias,
un toque de inquietud: licor precioso
de la duda, pasión para los fuertes,
no este jardín estéril
y esta yerta estación, como su cielo fijo.
En la esterilidad
concilia la erosión a sus figuras
con la vicisitud de la memoria.
Las estatuas sugieren
un alma a este jardín, no su pasado mismo
sino la vaga realidad que me complace ahora
inventar en su honor, y la emoción poética,
más que de sabia precisión, da fe
de una cierta ignorancia convenida
a modo de verdad.
Y tierra muerta
más que desnuda aquí; el oro de los años
reiterando su pátina
como una injuria inútil sobre lo ya caído [1].
Los árboles sin savia y los cuerpos sin luz
dan en las alamedas ya borradas
al viento su rigor, y la inmortalidad
es patrimonio firme de lo muerto.
Así tu cuerpo fue. Y recordarlo ahora
es un mundo sin eco, una ciudad vacía
donde sólo su carne
tuviera realidad, como esta tierra ausente,
y aun siendo en lejanía, como un mar escondido,
una gran amenaza.
Y su recuerdo vive.
En los rostros quebrados
en su mejor perfil, como el cincel
que levemente ulcera
la morbidez inerme de las pupilas vacuas
variando su herida como una cuerda única,
el espejo del limo,
la voz del hielo, la incisión del aire,
reclaman los desnudos,
alzado contra el mar y el cielo mate
el frío alfanje de su geometría,
un castigo perenne sobre su carne rígida
para mejor sentir: burlar la muerte,
aplazarla; buscar
el mal, y padecerlo. Eso fue amor entonces.
En el aire sin luz
dibujan las estatuas el pulso tembloroso
de labios que no besan y brazos que no oprimen
a brazos que no sienten, y miradas
sin pupila: querencia
más que el tiempo tenaz, no levantado
su dibujo de formas atezadas
de deseo, al amparo y contra el soplo
de la caducidad, dibujo de la muerte,
y en su rigor, más que en la vida misma,
hay un signo de gloria.
En la esterilidad rutila aquello
que no ha sido: la humillación, el odio
que no han sido.
Terrazas
donde escuchar el viento, descifrar
la ausencia del color y de la forma,
la de un cuerpo sin fin, porque sin fin el odio
busca saciarse, y alza
la cabeza una vez
y otra vez, y es tan fuerte
cuanto reciente el tiempo
de su aniquilación; rutila el miedo
a sentirse vivir, y el humillante curso
de las horas.
Y llena
la oscuridad, cuando los cuerpos huelen
intensamente, la risotada plácida
de las cosas amigas .
En la esterilidad rutila el odio,
la indefensión, el miedo, que no han sido,
como la vida misma, una falta de gusto,
y su mejor historia.
En primer plano el cortinaje
de verdura, y siguiendo la elisión
de los pocos colores, una huida ilusoria,
gradación de los tonos, apariencia
de perspectiva y de profundidad
como en la doble serie de planos sucesivos
los decorados de teatro.
Y a un lado de la tela una fachada simple,
de simétrico esquema; delicada armonía
de la fábrica y la naturaleza,
y en la penumbra de un boscaje
unos cuerpos desnudos.
Así el recuerdo ejerce
su innoble potestad: no rememora, elude,
y confiere el carisma de su tristeza vaga
a los días perdidos, que cobran en la ausencia
una serena lejanía.
En una atmósfera de paz
unos cuerpos desnudos; para darles relieve
un ligero vestido que no vele sus formas
ni ofenda su color: una mancha granate.
Y despliega el recuerdo su gran artillería
con los cinco colores de su figuración
relumbrando a compás: bello Libro de Horas
hojeado al desgaire, siempre la misma página,
guijarros de zafiro, aguamarinas
en un campo de oro, miradores
sobre un fondo de azur, vergel sin muros,
torres sin guarnecer, Ciudad Celeste.
Porque en cada milímetro
de piel una memoria
maquilla su ficción y en ella vive,
repinta su cadáver, atesora la inercia
de los fantasmas cotidianos,
convierte los recuerdos
en estampas piadosas, adecuadas
para dar nacimiento
a la ficción poética (¿Y no a la inversa acaso?)
Y los ojos, las manos,
cada palmo de piel atruena el aire
reclamando tu cuerpo; nada saben
de humillación, y sí de ausencia ahora.
Y su clamor parece
la más firme razón. La razón de la piel
y de los labios, cierta
contra la voluntad:
Tierra de Nadie.
Primeros días de Marzo en la paleta
de Palma El Viejo... Ámbar
los campos de labor, o verde pálido
inundado de luz. Blanca la carne,
ingrávidas las formas,
irreal el color como una alegoría
(o quizás un retrato),
antes que el cuerpo olvide.
Y en la ficción del aire
y en su nítido trazo hay un signo de gloria.
[1] Corregimos aquí un pasaje equivocado en sucesivas ediciones.
VARIACIÓN IV. DAD LIMOSNA A BELISARIO
I
Durante muchos años la casa se asentó en tierra firme
estrechándola bajo su peso y creció con ella,
y la tierra cuarteada en estío por el desplome de sus músicas
miraba entre torrentes de luz derramarse las fuentes;
así al mirarla desde lejos surgía en la memoria
el despliegue de las horas pasadas, la sucesión
de las habitaciones y los objetos con su historia.
Apresar el calor de un instante es haber vivido
durante mucho tiempo en una inmensa casa,
abandonarla un día hacia un país extraño
y trasladar los muebles por el jardín desierto
mientras quedan atrás los muros con su historia,
el sonido del mar y las gamas del aire.
Y sólo lo vacío sobrevive: los objetos menudos,
lo que se puede trasladar y transmitir a otros;
el pasado permanece atrás, inseparable
del lugar en que tuvo vida, desplomado en el tiempo
con su magnificencia de cadáver antiguo
que al tocarlo se desmorona en una nube de polvo,
acumulación de joyas sin sentido
que luego redisponen otros, parodiando
con mascarillas, pectorales y ajorcas los contornos de un cuerpo.
Apresar el calor de un instante es
producir un día de olvido el deleznable milagro
de recomponer el recuerdo con sus límites,
oficiar para otros el triunfo de la ausencia.
Para otros, porque quien asiste a su muerte diaria,
al envejecimiento de la piel y su memoria,
es ajeno a la liturgia de conseguir frente al papel
con sus trastos de buhonero una ilusión de vida
coloreada y presente como un Museo de Cera,
esa evidencia de realidad que sólo en el lenguaje existe
y se traslada en el tiempo rellenándolo
con su carnalidad de serrín y de seda,
creando para lo pasado colores y sentido,
una entidad, incluso, de que no gozó nunca
más que ahora, convertido en brillante simulacro
el fastuoso fraude en que el tiempo se anula;
si es que el tiempo existió: si es que no es ahora
real, más que entonces acaso, lo que el tiempo destruye,
si es que no produce el lenguaje sus propios fantasmas,
que proyectados hacia atrás inventan una realidad posible
de que ellos serían reflejo, puesto que de la nada
nada se engendre, y hasta el torpe cadáver que las palabras hilan
ha de ser hijo de una realidad anterior en el tiempo.
La casa permanece lejos, los ojos no la saben
y la memoria y la piel interrogadas
responden a su idea con un vasto silencio;
y un día volvemos a ella, contemplamos el pórtico:
de nada es capaz la piel entonces; los muros son distintos.
Y por qué pueda ser el poema lugar de una epifanía
que la piel y los ojos ignoran, salvación de la muerte
que proclaman la piel y los ojos con su silencio oscuro,
dejando a las palabras su miserable tráfico
II
Hemos puesto en cuestión numerosas gramáticas,
leído hasta la saciedad la experiencia de otros
y en fotografías borrosas perseguido su imagen
inquiriendo un volumen para sus gestos planos,
codiciosos de aquello de que era razonable
esperar sabiduría, para obtener al fin
un pobre patrimonio de terrenos baldíos,
una corta colección de medallas y cintas
símbolo de triunfos que ya nadie recuerda,
juguetes con encaje sucio cuyos ojos hundidos
remiten a una infancia convencional y anónima;
y nos devuelve a ellos la vanidad del coleccionista
que dice poseer con los objetos su alma; nos miran
con fijeza de búhos disecados desde la redondez de su urna:
una apariencia que es muerte y serrín y grandes ojos de vidrio.
Las palabras nos envuelven en su manto de plomo,
nos inmovilizan las manos con su cetro
mientras la perspectiva de las gruesas columnas
percute nuestros ojos en un punto preciso.
Como perseguirlas fue un viaje por mar hacia las tierras vírgenes,
cielos de color distinto y animales de fábula,
y un día devuelven las olas el cadáver de un ahogado,
recubierto de algas oscuras, con las órbitas huecas;
arrojado a la luz, mira la fiesta de los sentidos
y otras naves que parten, como un huésped
procedente de un país donde todo es silencio.
PÁESTUM
Los dioses nos observan desde la geometría
que es su imagen.
Sus templos no temen a la luz
sino que en ella erigen el fulgor
de su blancura: columnatas
patentes contra el cielo y su resplandor límpido.
Existen en la luz.
Así los pueblos bárbaros
intuyen el tumulto de sus dioses grutescos,
que son ecos forjados en una sima oscura:
un chocar de guijarros en un túnel vacío.
Aquí los dioses son,
como la concepción de estas columnas,
un único placer: la inteligencia,
con su progenie de fantasmas lúcidos.
MÚSICA PARA FUEGOS DE ARTIFICIO
Hace muy pocos años yo decía
palabras refulgentes como piedras preciosas
y veía rodar, como un milagro
abombado y azul, la gota tenue
por el cabello rubio hacia la espalda.
No eran palabras frágiles, prendidas al azar
de un evadido vuelo prescindible,
sino plenas y grávidas victorias
en las que ver el mundo y obtenerlo.
La emoción de enunciar un orden justo
cedía realidad al sonido y al tacto,
y quedaba en los labios la certeza
de conocer en el sabor y el nombre.
Pero la certidumbre de una mirada limpia
es una ingenuidad no perdurable,
y el viento arrastra en ráfagas de crespones y agujas
el vicio de creer envuelto en polvo.
Y si tras de la luz esplendorosa
que pone en pie la vida en un haz de palmeras
el miedo de dormir cierra los cálices
susurrando promesas de una luz sucesiva,
el fulgor de la fe lento se orienta
al imán de la noche permanente
en la que tacto, imagen y sonido
flotan en la quietud de lo sinónimo,
sin temor de mortales travesías
ni los dones que otorga la torpeza
sino un fugaz vislumbre de medusas:
inconsistentes ecos reiterados
en un reino de paz y de pericia,
apagado jardín de la memoria
donde inertes se pudren sumergidos
los oropeles del conocimiento,
y como resquebraja la alta torre
la solidez de su asentado peso,
de tan robusto, poderoso y grave
se quiebra y pulveriza el albedrío.
Así para las aves y la plácida
irrepetible pulcritud del junco
hay cada día olvido inaugural
en la renovación de la mañana:
quien hace oficio de nombrar el mundo
forja al fin un fervor erosionado
en la noche total definitiva.
RAZÓN DE AMOR (SEPULCRO EN LOMBARDÍA)
La dolencia de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
San Juan de la Cruz
Vuela por el silencio la ternura
al regazo del oro fatigado
que abriga un cuerpo en mármol desmayado,
ausente en el disfraz de su blancura,
y mi mano se pierde en la tersura
del pecho agudo, craso y abombado;
deseo embellecido y abreviado
sin la presencia, mas con la figura:
el presente en especies de memoria
anticipa su paz y su nobleza,
y el término es el punto de partida
en que se omite la mezclada gloria
de vacuidad, de encanto y de vileza
que por imprecisión llamamos vida.
EL ESTUDIO DEL ARTISTA
Anónimo holandés
Al fondo de la estancia tenebrosa
atestada de mapas y anaqueles,
de caballetes, bustos y cinceles
donde la araña teje sigilosa,
una figura pálida y borrosa,
rodeada de libros y papeles,
alza un compás y cruza dos pinceles
contemplando la noche silenciosa.
Una llama de vela mortecina
signa la oscuridad más que ilumina
y descubre el temor y la torpeza,
la mueca de desprecio y extrañeza
con que asoma la estúpida cabeza
del mono que levanta la cortina.
CATEDRAL DE ÁVILA
Como al umbral de la capilla oscura
una reja detiene la mirada
y la dispersa luego, confinada
en los fraudes que finge la negrura
confundiendo volumen y figura
de la estatua yacente allí olvidada,
cuando mi mano se detenga helada
un anaquel será mi sepultura.
Será delgada losa la cubierta
y el tejuelo epitafio más piadoso,
y menor la esperanza de otra vida,
y en el silencio la palabra muerta
gozará del olvido y el reposo,
en figura y volumen confundida.
SEGUNDA LECCIÓN DEL PÁRAMO
Veo anegarse la llanura helada
en marea de sombra que creciente
al rojo sumidero del poniente
conduce la blancura amordazada,
y a la noche cerrada
unas cuantas palabras que prudente
conseguí, menos sabio que paciente,
traigo como remedio de la nada.
Sólo para regalo de mis ojos
brillan y aroman, y por un momento
chisporrotean en la llama huidiza;
después, con otros restos y despojos
de voluntad y de conocimiento,
perecen hechas brasas y ceniza.
LA HACEDORA DE LLUVIA
Elle est assés plus blanche que seraine ne fée.
Gui de Nanteuil
Al borde del camino yace el hombre quemado
bajo una tenue túnica de polvo
que el viento agita, deshilacha y teje
como la mano lenta que sosiega al dormido.
Recubiertos de sal sus ojos miran
la redonda quietud del horizonte,
arista viva contra el seco párpado,
hiriente como gota que no puede abreviarse,
ni la oquedad del cielo en que resuena
con un leve chirrido de juguete mecánico
la descomposición de la memoria,
marcada por la luz del negro al oro.
Ondulante el cabello como curso de agua
que perezoso se bifurca y pierde
por el redondo cauce que muere en la cadera,
sus ojos negros pesan como nubes oscuras
aquietando el rumor de la tormenta
retenido al antojo de la luz
que se amansa a la sombra de sus párpados.
Y se tiende desnuda como un río
ovillado y redondo, cuyas aguas oscuras
ungen los huesos yertos, la sima de la boca,
y humedecen los ojos apagados.
MELUSINA
Si viniste hasta mí en un rayo de Luna,
desde el fondo del agua, trasparente,
pisando espinas sin dolor ni peso
para salvarme de la soledad,
y yo era el peregrino que en un claro del bosque
miraba reposar sus armas juntas,
aterido, famélico y cansado
de fingir gallardía y fortaleza,
aclárame por qué, mi dama blanca,
cayó sobre nosotros el conjuro.
El tiempo no me había ennoblecido
y a ti no te asistía el unicornio:
debió de ser un pacto de inocencia
para burlar la candidez perdida,
con un tigre debajo de la cama
y un fogoso esqueleto muy vivo en el armario.
Se encendieron tus ojos, con redondez de lago
que rizara un susurro de rápidas corrientes,
mientras acariciaba tu pecho poderoso,
y al ir a desnudarlo me maldijo una lágrima.
Al caer tus vestidos rodeó tu cintura
un punzante reguero de gusanos y abejas;
sentí, al dormir contigo entre las flores,
demorarse en mi piel el filo de una garra.
Si vuelves a tu mundo, Melusina,
me harás un gran favor. Sé generosa:
sálvame de rozar entre las sábanas
una noche tu cuerpo de serpiente.
Alguna vez lo he visto desceñirse,
ondular en anillos plateados
y enseñarme los dientes, agudos como ascuas.
Aun así, fue un abrazo delicioso.
Déjame en un rincón con este libro,
el don más puro de la soledad.
Tendrás mi gratitud y mi nostalgia
cada vez que aparezcas en mis sueños.
SWEETIE, WHY DO SNAILS COME CREEPING OUT?
Siempre llegamos pronto, o tarde, o nunca,
a trenes que han salido o que no existen,
los cogemos en marcha
hacia cualquier lugar sin estación ni nombre.
Dónde estaría yo, Caperucita,
cuando lanzabas torre abajo
la escalera de amor de tus dos trenzas.
Te desnudo, y el tiempo luminoso
que te envuelve se agolpa y cae en mí
con ácido rumor de aristas negras
al llegarte a quitar los calcetines
pequeños, de ir a clase de gimnasia,
de salir de excursión con un vestido blanco:
me duele la sorpresa
si aprendo en tus lecciones algún brillante truco,
un magistral alarde de gramática parda.
Cuatro cosas aún puedo descubrirte,
y dejarte grabados en la piel
esos dulces recuerdos que una mujer no olvida:
qué es el sabor a roble y el posgusto,
qué lleva la langosta Thermidor,
por qué nos arrastramos al acabar la lluvia,
para tomar el sol, los caracoles.
CAMPOS DE FRANCIA
Cuando me ocurre desandar el tiempo
y su corriente anega el laberinto
en que se descompone la memoria,
si brilla en su espesura ese rescoldo
que llaman felicidad los diccionarios
veo abrirse sin peso una puerta de bronce
y un rayo de Sol débil se diluye
en el azul fingido de una cúpula,
una tarde de Agosto en que sonaba verde
en tibieza y aroma la campiña de Francia.
La pulcritud de la ascensión del mármol,
cálida y abombada como la faz de un niño;
los haces de columnas y su vuelo
en suavidad de ámbar y de oro,
el órgano, turgente en su armonía
tersa en silencios verticales.
Nunca
hizo tanto por mí ningún ser vivo.
DISOLUCIÓN DEL SUEÑO
Nadie puede instalarse
en los sueños de otro: están fundados
en la incredulidad, la decepción y el miedo,
y su inquietud no admite compañía.
Juguetes rotos de una niñez tapiada
que no quiere arriesgar el privilegio
de mecerse en la paz de no haber sido;
un andrajo sin nombre
vacante en el umbral del paraíso
al no tener un cuerpo que lo vista.
El que contempla el Sol no ve su fuego,
cifrado en cenital circunferencia;
baja la vista, y teme. Lo confunde la luz;
sólo puede mirarla si se mezcla
a los colores turbios de las cosas.
Tampoco se permite
afontar la arrogancia de sus sueños.
Finge que no lamenta su vacío
pues no los tiene ni jamás los tuvo,
o que están a su alcance confirmados
en la corriente lenta donde flotan
las heces de los pactos de sus días;
o los destierra al sótano más hondo
sin calor ni alimento, hasta que mueren
y vagan insepultos y lo acosan
al apagar la luz en un cuarto de hotel;
y por fin engalana su cadáver,
lo corona de mirto y lo pasea
para ofrecerlo a quien lo pisotee,
y lo destierra al fin a la página escrita
para eludir su insulto de blancura,
salpicando de tinta su amenaza de espejo,
su insoslayable potestad de lirio.
Sueño: región más alta,
sonora en geometría cuyo color se vuelve
imán de la certeza del exilio.
La voz es una brisa que nos trae
los primeros jirones
de los aromas del jardín del sueño.
Ha de reburujarse como seda
o desplegarse cálida y redonda,
henchida al ascender en su ternura,
y volar sobre cumbres y estuarios.
Así tu voz, umbral de tantos mundos,
sabía concederlos resumidos
en la proximidad del horizonte
de la luz de la llama de una vela;
pero hoy vendría a mí tenue y descalza,
sobre la duda de cristales rotos
que esparciste en la estela de tu nombre.
Si rompieras a hablar tu voz tendría
una pátina oscura de parajes
donde se pudre la lección del tiempo.
Ya no podré entenderte si me hablas:
sólo olvidando el lastre de las cosas
y las aristas negras de los nombres
tiene tu voz la pulcritud del sueño:
música en el estuche de su brillo.
En los sueños los ojos son azules;
si son de otro color, no estás soñando.
El azul es un reino de dulzura.
Dulzura no es palabra suficiente
en lo espiritual y trascendido;
es la de los torrentes cuando llegan
a presentar en el Abril del valle
la rendición templada de su hielo,
conservando en color de las alturas
la transfiguración del aire límpido;
la del rumor de guijas y de conchas
que resuena en las playas por la noche,
llenando de sí misma
la conciencia de estar oculto y solo.
Cuando abrías los ojos levantabas
una cúpula azul sobre la tierra,
coronada de flámulas ardientes;
un recinto tan alto
y en su ofrenda de luz tan silencioso
que toda voluntad se deslizaba
por la pendiente del desasimiento.
Así unos ojos pueden encender
la latitud inaugural del mundo
diáfana y trasparente sin fronteras,
y entrecerrar su propio laberinto
de heces y esquirlas de rumor taimado.
No quiero su amenaza
en la consternación del aire turbio:
sólo el azul extático y redondo.
La curvatura es vocación de río
con inflexiones lentas de meandro
en el arroyo que desciende al valle,
es consuelo en el círculo del Sol
cuando tiñe de rojo la parábola
en que la luz dibuja el horizonte,
espiral aguzada
en el brillo del brote de la hoja,
convexidad en la tensión del fruto,
densidad y turgencia
en todo lo colmado y lo creciente.
La redondez es signo de la carne
de mujer, salvación,
oasis de volumen
en la angustia del plano y de la recta;
pero ha de ser jardín al que no lleve
la ausencia de un camino no trazado.
Esa es la norma capital del sueño,
lo que confiere elevación de nube
y resplandor solar de paraíso
a la entereza de un jardín redondo
retirado al secreto
de su concavidad, sin que el dardo del tiempo
— serpiente rectilínea que hiere con la ciencia
del veneno sin paz de la memoria —
tenga puerta cerrada en que clavarse.
Pero tú oscureciste el horizonte
donde pudo brillar el más diáfano
silencio precursor de voz primera,
y trajiste al preludio
de su estación redonda la maldición del tiempo:
un largo corredor de palabras caídas
pudriéndose en la sombra de su otoño.
Así llegué al umbral del paraíso
como Moisés en su último viaje;
y en la desolación de la memoria
y la miseria del entendimiento
se desvanecen un jirón azul,
geometría sin voz, música abstracta.
LAS BELLAS NO DURMIENTES
Las he visto pasar muy tiesas en sus pantys
marrones, pervertidos por costura y encaje,
los tacones de aguja mal domados,
los labios breves demasiado rojos:
dos braguitas hermanas como dos mariposas.
Apuesto a que las dos no suman treinta.
Yo me las llevaría a Disneylandia
en un Cadillac rojo
cargado de caramelos y merengues,
les rezaría en verso por las noches.
Las violará – con su consentimiento –
un palurdo drogado y sudoroso
en el asiento de una furgoneta
una noche de copas y de mucho bailar
en que estén aburridas, o borrachas, o tristes;
o alguien llamado – por analogía,
por aproximación, por eufemismo,
por arrumaco, garatusa,
ñoñería, melindre, cucamona,
para no quedar mal con las amigas,
para que no murmuren las comadres,
para parecer nobles ante el primo
que les presta la cama –
alguien llamado pomposamente “novio”,
un pardillo común, guapete y zafio
que les dará vergüenza cuando tengan más seso.
Serán prueba del timo más sonado
en la conquista de la libertad:
despertar en la cuna antes de tiempo,
sin el amor ni la sabiduría –
tanta ternura inútil que se aprende en los libros,
tanto acorde de luz y de belleza
de diosas entre nubes al pasar
la sacra redondez de unos tejanos –
que atesoran los viejos para nadie
o despilfarran solos en hoteles de lujo
degustando el vacío de la noche
o el deje a ron y a trufa de una salsa.
Noche Primera. CAMPO DE ’ FIORI
Mein Herz gehört den Toten an.
Hölderlin, “Griechenland”
— Después de tantos años escribiéndome,
hoy has venido a verme.
— Siempre supe
que hacia ti me llevaba mi destino,
cuando reconocía las huellas de tu paso
y la perennidad de tu gobierno.
Para qué perseguirte ya que ibas a alcanzarme
bajo cualquiera de tus apariencias.
— Para qué ir a buscarte
si me eres por completo indiferente.
— Te has hecho encontradiza porque sabes
que tu antiguo poder está olvidado;
que nadie te recuerda
con obsesión y con acatamiento ,
y que han de complacerte las preguntas
de quien aún halle en ti sabiduría.
Aunque careces de misericordia,
te envuelve sueño altivo
de recelos de reina destronada ,
y por eso esta noche concederás audiencia
a un viajero que te reconoce
y cree en ti.
— Pregunta
pero evítame quejas y gemidos,
la hartura de las mismas necedades.
— ¿ Por qué persiste en ser inmortal el espacio,
indiferente al tiempo?
Cuando acaba
la representación, el escenario
debiera perecer. Al disiparse
las últimas palabras con ellas descendiera
perpetuo infranqueable telón de oscuridad
sobre la ausencia y la oquedad del tiempo.
Si todo lo arrastrara tu corriente
no quedarían restos de tramoya
roídos por el polvo en rincones oscuros,
trajes envilecidos con las costuras fláccidas,
espejos astillados en su marco de oro.
Qué ineficaz tu olvido y qué lento tu paso,
tu desdén negligente qué piedad tan dudosa,
y tu devastación inacabada.
— Mi misión es dañar, nunca he sido el alivio
como el que habéis querido imaginarme.
El daño es arte sabia, de oscura sutileza
y de ambigua razón; lo más dañado
es lo que sobrevive y queda indemne,
el filo de la espada obstinado en brillar
sobre el que se debate la conciencia.
Ese brillo era antaño la alegría
de la proclamación, el norte del deseo
y el imán retador de la certeza;
y acaba siendo el halo mortecino
en que se agranda el hueco de lo ausente
como miembro amputado cuya cicatriz duele
en la fascinación de la memoria.
Ella es vuestro enemigo
— Pero tú le concedes
la victoria, porque tu destrucción
es incompleta. Tienes a tu antojo
un entramado denso de lugares,
rostros, colores, músicas,
todo un castillo trémulo de naipes
que sabes acosar con débil soplo
pero que no aniquilas. Prefieres olvidarlo
con lenidad que no es misericordia
sino la lenta astucia de una venganza débil
que no te dignas completar: la dejas
seguir su curso, apartas de su sino
tu poder, te retiras
en el silencio de tu inapelable
fatalidad. Condenas todo acorde
de belleza, de paz y de armonía,
robándole fragmentos
para que de por sí se desmorone;
a los cuerpos que duermen sosegados
en el aplazamiento del deseo
les oreas y alargas su delicia
para que se aniquilen por inercia
de su felicidad, no por tu mano.
— Observa la paloma que planea
sobre esta plaza. Ignora ,
mientras la mece trasparente el aire,
que sus losas resuenan
bañadas en dolor amordazado,
y cómo se podría llamar flores
a las manchas de sangre.
Sólo vuela
absorta en sus sentidos, paladea la luz,
y hasta las aguas pútridas del Tíber
las cree de lo alto una curva esmeralda.
Adiéstrate en olvidos de paloma,
no me acuses a un tiempo
de mucho herir y de matar muy poco.
— Entonces llévalo todo contigo,
borra y esquilma de una sola vez
cualquier lugar cargado de recuerdos.
— ¿Cuál sería mi obra? No me pidas
un acto de piedad. Es mi designio
que todo vaya hacia su destrucción
diversamente: así lo que se apaga
con mayor lentitud sufre en ausencia
de lo que ya no existe y cuando muere
causa más sufrimiento a lo que aún vive .
Mi juego y mi placer son sembrar el espacio
de esos signos de muerte sucesiva,
y así el tiempo insondable y su amenaza
son mi campo de flores.
— No lo llames así;
está teñido en sangre.
— Qué hay en ella
sino la certidumbre de la vida,
sangre caliente bajo piel suave,
labios tersos que un día perseguiste.
— Sí, pero el tiempo vuela
sobre la fluidez de su corriente,
brillante y encendida en luz veloz;
la remansa y la enturbia, dejando un lodo denso
como rumor de rastro de serpiente
en una habitación llena de sombras.
Allí ejerce el recuerdo su oficio de tinieblas,
en el exilio de la privación
y la pasividad, donde el diamante
de la celeridad de los sentidos
se convierte en carbón opaco y lento,
en póstumos destellos de luz muerta.
— Y para precaverte de esa luz
no puedes ampararte en un olvido
que no se te concede, porque estuviste allí
donde tu tiempo no era carbón plano
sino domo de chispas de diamante.
— Concédemelo tú. Dame la paz.
— Yo nunca me concedo sin amor.
— Supongo entonces que has amado mucho.
— A nadie, pero he sido muy amada,
con determinación inexorable,
con desesperación.
Eso no cabe
en los amores de una sola noche.
— No te había encontrado , pero siempre
supe que llegarías. Te amé siempre
sin saberlo.
— No creas que he venido por ti;
estoy y estuve siempre en todas partes,
pero nunca me viste. Te tentaron
otros campos de flores ;
en ellas te tendiste, y mirabas el mundo
resumido en el copo de una nube.
— Pero para esos fines ya no crecen las flores;
no estoy en tierra verde bajo el azul del cielo
sino sobre la piedra anochecida.
Me cegaba la luz y no podía verte,
pero me ha bendecido la luz negra
en la que te arrebujas. Sé que no te merezco
todavía; te pido
sólo una señal: llueve
sobre todas las flores, y deshójalas.
Arrastra mis recuerdos , que son manchas de sangre.
LA ALFOMBRA (Recordando a Yeats)
Ante tus pies espero como alfombra
para evitarte el frío y la aspereza.
Puedes usar de mí, limpio del lodo
y la laceración de quien pisara
en pos de su provecho, sin cuidado y con prisa.
Sé que distingues esa suavidad
de la espesura dúctil que los años,
con su leve fatiga, raras veces conceden,
nobleza y privilegio de lo antiguo
bajo tus pies desnudos. Úsala
pero no la destruyas: soportará tu miedo,
tu dolor, tu tristeza, tu frágil esperanza,
pero no el peso de tu lejanía
si quisieras andar sobre otros sueños.
ANCIANIDAD HERMOSA DE RODIN
Andrómeda dormida.
¿Cuál es la edad del viento?
Confiere al horizonte
curvatura de cuerpo reclinado,
adelgaza la roca maleable,
arrebata las aguas del mar cóncavo
y las deja en la playa como se arropa a un niño;
en el árbol redondo se desliza
con eco sordo y levedad de lluvia.
Así la redondez del rumor de las hojas
y la concavidad de las aguas del mar
conceden a las manos deformes que acarician
el mármol, por amor transfigurado,
la belleza invisible y sin edad del viento.
O S T E N D E
Obediencia me lleva, y no osadía.
Villamediana
Nuestros burgueses [...] sienten una grandísima
fruición en seducirse unos a otros sus mujeres .
Manifiesto Comunista, 1 1
Recorrer los senderos alfombrados
de húmedas y esponjadas hojas muertas,
no por la arista gris de grava fría
como la hoja de un cuchillo.
Mueven
su ramaje los plátanos como sábanas lentas
empapadas de noche, de grávida humedad
y reluciente.
También en la espesura
late la oscuridad de las cavernas,
y el Sol sobre las hojas evapora
las gotas de rocío — el aura de calor
que envuelve e ilumina los cuerpos agotados
cuando duermen: si acercas la mejilla
ves las formas bailar y retorcerse,
un espejismo fácil y sin riesgo:
dos bueyes que remontan la colina,
el mago que construye laberintos,
el calafate, el leproso, el halconero
parten seguros al amanecer,
no como yo, por los senderos
cubiertos de hojas muertas, esponjadas y húmedas.
A veces entre los árboles clarean
los lugares amenos que conozco:
el pintado vaporcillo con su blanca cabeza
de ganso, acribillada de remaches y cintas;
las olas estrellándose bajo el suelo de tablas
del gran salón de baile abandonado,
las lágrimas de hielo que lloran los tritones
emergiendo en la nieve de las fuentes heladas;
el cuartito en reposo con la cama deshecha
junto al enorme anuncio de neón
que lanza sobre el cuerpo reflejos verdes, rojos,
como en las pesadillas de los viejos opiómanos
del siglo diecinueve.
Un cervatillo salta
impasible: lo sigo.
En un claro del bosque
está sentada al borde de la fuente,
con blanquísima túnica que no ofrece materia
que desgarrar a la rama del espino.
Corro tras ella sin saber su rostro,
pero no escapa sino que conduce
hasta lo más espeso de la fronda,
donde juntos rodamos entre las hojas muertas.
Cuando la estrecho su rostro se ha borrado,
la carne hierve y se diluye; el hueso
se convierte en un reguero de ceniza,
y en medio de la forma que levemente humea
brilla nítida y pura una piedra preciosa .
La recojo y me arreglo la corbata;
de vuelta, silencioso en el vagón del tren,
temo que me delate su fulgor,
que resplandece y quema aún bajo el abrigo.
Tengo una colección considerable,
y en el silencio de mi biblioteca
las acaricio, las pulo, las ordeno
y a veces las imprimo.
En el dolor se engendra la conciencia.
Recorrer los senderos alfombrados
de húmedas y esponjadas hojas muertas,
inseguro paisaje poblado de demonios
que adoptan apariencia de formas deseables
para perder al viajero.
Mas no perecerá
quien sabe que no hay más que la palabra
al final del viaje.
Por ella los lugares,
las camas, los crepúsculos y los amaneceres
en cálidos hoteles sitiados
forman una perfecta arquitectura,
vacía y descarnada como duelas y ejes
de los modelos astronómicos.
Vacío perseguido cuya extensión no acaba,
como es inagotable la conciencia,
la anchura de su río
y su profundidad.
Desde el balcón
veo romper las olas una a una,
con mansedumbre, sin pavor.
Sin violencia ni gloria se acercan a morir
las líneas sucesivas que forman el poema.
Brillante arquitectura que es fácil levantar
igual que las volutas, los pináculos,
las columnatas y las logias
en las que se sepulta una clase acabada,
ostentando sus nobles materiales
tras un viaje en el vacío.
Producir un discurso
ya no es signo de vida, es la prueba mejor
de su terminación.
En el vacío
no se engendra discurso,
pero sí en la conciencia del vacío.
(1979)
MALAS Y BUENAS FORMAS
Es hermosa y lo sabe, y qué pocos los años
de impunidad para ejercer de niña
en el filo veloz de su carrera
hacia las ordenanzas de la tribu.
Pronto será una madre mansa y gorda
pero ahora baila con la blusa abierta
hasta el ombligo, y pantalones cortos
descubriendo un blasón doble y combado
en curva y contracurva con su pliegue.
Grita y ríe sin tasa, tan vulgar,
tan bruta, tan procaz, tan exquisita
como su rímel y su maquillaje,
y sus sneakers de color de rosa
brillan y fosforecen a la luz de los focos
entre Zafir y Ofir, Harbor of India,
Jack Daniel’s Honey, Ketel One, Dalwhinnie
y Tanqueray Rangpur, y de la mano
la suben a una nube de sirope de coco,
piel de naranja y lima, y la llevan al cielo,
el coronel Tapioca y Martin Miller.
(2018)
PAZ PARA EL LEÓN VIEJO
Debería haber muerto entre las garras
de un rival, o los dientes de las hienas.
Pero nosotros somos
más sabios que las leyes que gobiernan el mundo,
y nos mueve mayor misericordia;
así lo obligaremos a prolongar su vida
— lo que quede de ella,
privada del consuelo del olvido —
para paladear sin fin su propia muerte.
Ve pasar a las hembras, las que antes se tendían
a su lado, y se arrastra
sobre sus patas rotas. No lo sabe
pero espera el regalo que merece un rey viejo:
un tiro entre los ojos, una inyección piadosa,
un pedazo de carne envenenada.
(2020)